Mis tejados

La paz que transmiten los tejados soleados en una tarde de enero me llegan al alma; asomado en mi terraza acompañado de una relajante música de acordeón y con un muy de fondo sonido de la calle me apaciguan el interior. Interior alborotado en las últimas semanas y que se tranquiliza con el resplandor de las tejas cerámicas y el humo que lentamente sale de algunas de las chimeneas de mi vista. No hace falta acudir con los ojos a los lejanos pinos y picos de montaña nevados para descansar. Me basta con ésto, con los tejados y las ventanas de los edificios más cercanos. Una señora tiende no muy lejos de mi terraza y busca con la cabeza de dónde viene esa música, la mía. Ya está, ya me encontró, y disimuladamente gira la cabeza haciendo como que no me ha visto volviendo torpemente al deber de tender la ropa mojada. Nunca me había fijado en los cotidianos acontecimientos que se muestran ante mi terraza. Sentado en mi terraza, con una taza de café humeante disfruto de estas vistas tan típicas, tan de barrio. Un chico acaba de sacar sus zapatillas de fútbol a la ventana. En el otro lado, un señor me sigue con su taza de café, saca un cigarro y se apoya en la pared soleada de su terraza para cerrar los ojos y echar un suspiro. Un día duro parece. Pero esto no es todo, el parque, o mejor dicho, los parques urbanos tan cercanos me ofrecen un aire algo más puro de lo normal, aire fresco y aderezado con olor a chimenea que te hace sentir como en la mismísima sierra. A veces, basta con contemplar algo así desde tu casa para poder sentirte único en el mundo. Solo hay que ver más allá de tus narices para darte cuenta y hoy, yo lo he hecho.

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